domingo, 9 de diciembre de 2012

Con pies descalzos
(Sendero)

Sobre las brasas de una pasión, terrible y hermosa fuente inagotable de adrenalina. Con pies descalzos, pisando con fuerza, asfixiando las llamas para no sentir dolor. Pues en la pasión, como en las brasas, la adrenalina se torna en dolor en cuanto se baja la presión. Con pies descalzos ennegrecidos por el hollín, ese hollín que nunca sale del todo, que siempre deja su huella. Pues la pasión, como las brasas, también se puede apagar, pero quien la conoce queda de alguna manera marcado para siempre. Con pies descalzos, sintiendo el fuego, sintiendo ese calor tan necesario para sentirse vivo. Pues es la vida sin pasión como las brasas sin calor: una contradicción, un imposible. Nada. Con pies descalzos.

Sobre la fresca hierba de una amistad, sencilla pero compleja fábrica de momentos para recordar. Con pies descalzos sobre briznas de césped y pequeñas ramitas, siempre igual pero siempre diferente, siempre sin saber exactamente qué hay bajo los pies. Pues en eso consiste la amistad, constante a la par que cambiante, un suelo no siempre firme en el que no tiene sentido el análisis, sólo la confianza. Con pies descalzos, húmedos, probablemente sucios, o quizás con algún molesto bichejo correteando entre los dedos, pues en la hierba, como en la amistad, no todo es verde y fresco si no se cuida con esmero, y bajo cada pisada puede acechar una sorpresa desagradable. Pero también en eso consiste la amistad, en cuidarla y respetarla, y aceptarla cuando las cosas no vienen exactamente como se espera. Con pies descalzos.

Sobre el duro asfalto de un silencio inoportuno, indiferente testigo mudo de tantos tabúes. Con pies descalzos cargados de ampollas que duelen a cada paso dado. Pues es el camino por duro asfalto como el tiempo en un mal silencio, cada paso un segundo más pesado y doloroso que el anterior. Con pies descalzos pisando tierra inerte, estéril, inservible, caminando sobre la incómoda trivialidad del vacío que un silencio representa. Pues así es la ausencia de esas palabras, atenazadas por el miedo o la inseguridad. Inerte, estéril, incómodo y vacío; pero casi siempre inamovibles, inquebrantables silencios, como el mismo asfalto. Con pies descalzos.

Sobre el lecho del río de lo prohibido, atractiva y salvaje tentación para los sentidos. Con pies descalzos y paso inseguro, a ciegas, oculta cada pisada por una corriente hostil. Pues de eso se nutre lo prohibido, de la ausencia de un camino claro, de la oposición de las corrientes. Con pies descalzos e inestables, persistente el riesgo de resbalar en cada paso, constante el riesgo de perder pie, de que el camino no acabe bien. Pues también de eso se alimenta lo prohibido, de la inseguridad y la tensión de que nada puede salir mal. Con pies descalzos y siempre hacia adelante, pues una vez dado el primer paso, difícil hazaña resulta rectificar y dar media vuelta. Más fácil es tratar de avanzar hasta el final. Con pies descalzos.

Sobre los fragmentos de un cristal de ilusión, tan frágiles y tan impredecibles. Con pies descalzos y mirada atenta, cuidadosa cada pisada, casi de puntillas tratando de evitar los cortes. Y es que los bordes de una ilusión rota siempre cortan y hacen brotar la sangre, pero su núcleo sigue duro, sólido; de alguna forma, una ilusión nunca muere del todo. Con pies descalzos entre hirientes centellas, reflejando mutuamente su luz, guardando en secreto la esencia de todos los colores. Y es que todos los colores se esconden también tras cada ilusión, descubrirlos depende del ángulo desde el que se mire. Con pies descalzos.

Sobre las nieves perpetuas de una amistad perdida, gélida y pesada, que hunde y empapa más y más a cada paso. Sobre el mar en calma de una confianza sincera, un manto infinito y refrescante donde todo parece pesar menos. Sobre las nubes de todos esos momentos de ensueño que hacen flotar, sentir toda la energía del sol y la magia de la luna a un mismo tiempo. Con los pies en el suelo, o bajo las flores, o sobre el tejado de la torre más alta de los viejos castillos en el aire. Pero, ¿de qué sirve la vida si la vemos pasar con miedo a vivirla? ¿Qué sentido tiene caminar, si no nos dejamos sorprender por lo que nuestros pies encuentren? Cada paso, cada pisada, es todo lo que en esta vida merece valor alguno, pues el destino, el fin último de la vida, será siempre el mismo. No lo desperdicies entonces, no des un paso más sin saber realmente todo lo que este momento tiene que ofrecer, todo lo que ahora mismo hay bajo tus pies.

Es sencillo. Tan sólo aprende a disfrutar la vida, con pies descalzos.

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