jueves, 29 de agosto de 2013

En Soledad II
(Magia)

" "Prisionero en mi propio cielo", solía pensar en soledad. A menudo me sorprendía a mí mismo pronunciando esas mismas palabras en voz baja, como si estuviera temeroso de que oídos indiscretos pudieran escuchar mi confesión. Pero no, no había nadie. No en mi isla, no en aquel paraje al que puse por nombre Soledad. Siempre había sido así, incluso mucho antes de separarse del resto de la tierra y empezar a flotar, mucho antes de tener ni siquiera un nombre, ni un dueño, ni un propósito. Después de todo, yo mismo lo había querido siempre así, y cuando vi mis aspiraciones alcanzadas, nada me podía hacer sentir mejor... hasta aquel día. Desconozco si fue su magia, o la de su peculiar reino de soledad, o tal vez fuese el destino, si es que realmente existe un significado más allá de tal palabra. Lo único que puedo afirmar con certeza, es que aquel extraño portal, aquel acceso a la telaraña, me absorbía cada vez más y más. Todo allí parecía tocado por un alma pura, tan frágil y a la vez tan protegido... ¿cómo puede algo tan delicado ser a la vez eterno? Como sólo un alma pura lo puede ser.

En aquellas primeras visitas, algunas al descubierto, muchas otras de manera furtiva, aún no conocía a mi particular anfitriona por su nombre, ni por su rostro, ni sus manos... no sabía nada sobre ella, y a la vez a través de su mundo podía ver más allá de lo que nunca podrán mostrar unos ojos. Y lo mejor, o tal vez lo peor, es que en realidad nada más necesitaba para hechizarme. Me gustaba lo que veía cada vez que me colaba en sus dominios. Pero por encima de todo, me gustaba lo que sentía. De alguna manera, aquel lugar dejó de ser un simple acceso en la telaraña para ser algo más. Tanto me hechizó, que mi hermosa Soledad ya no era suficiente... no estaba completa si no estaba su princesa. Mi princesa. Por supuesto, yo seguía con mi carácter cerrado y huraño, receloso de que alguien le cogiera demasiado gusto a mi pequeño territorio. Pero sin saber exactamente cuándo empezó, tomé cierta costumbre de recorrer cada poco tiempo cada sendero, observar cada árbol, cada planta, cada pequeño brote de mi hogar. ¿Buscando qué? Buscando alguna muestra de que ella hubiera estado allí. Mientras dormía, o mientras estaba distraído, pero por favor, que ella hubiera estado allí. Hasta tal extremo llegó mi fascinación con ella, y con todo cuanto la rodeaba, que buscarla por mis tierras era lo primero que hacía cada mañana al despertar. Y si no la encontraba, por seguro que haría una nueva búsqueda más adelante aquel mismo día. El tiempo que no gastaba buscando a la princesa de la soledad, lo dedicaba a visitar esa otra parte del mundo donde me sentía igual o mejor que en mi propio hogar.

El tiempo pasaba, y aquellas nuevas costumbres fueron poco a poco convirtiéndose en rutina. Y a pesar de ello, cada vez que la visitaba a través de la telaraña, mayor era mi fascinación. Conocí su rostro, mucho antes de que ella conociese el mío, debo añadir. ¿Describirla? No, no osaré hacer tal cosa. Baste decir que este humilde escritor, acostumbrado a describir lo indescriptible, ni en mil lenguas habría encontrado palabra que la describiese. Baste decir que este viejo loco, acostumbrado a imaginar lo inimaginable, ni en mil vidas habría imaginado belleza igual. Y sin embargo, tanta belleza no era sino el complemento ideal para todo lo que ella significaba, todo lo que ella representaba. La sensación de libertad que me inundó cuando la tierra se quebró a mi alrededor para elevarse en el cielo, había dado paso a una angustiosa sensación de vacío. Vacío cuando ella no estaba. Casi sin darnos cuenta, su mundo y el mío mimetizaban a través de nosotros hasta hacerse uno solo. Como si de un antiguo reino se tratase, de cuantos tenían provincias a gran distancia unas de otras. Dejó de existir su mundo, como dejó de existir el mío, pues ninguno de los dos estaba completo sin la otra mitad. Eso lo noté, me di cuenta de que ella parecía sentirse en lo que fueran mis dominios tan a gusto como yo en los suyos. De lo que no supe darme cuenta a tiempo, fue de todo lo demás. Mis sentimientos hacia aquella joven princesa iban creciendo cuanto más la conocía, pero nada podía hacerme pensar que nada de todo aquello pudiese ni remotamente ser mutuo.

En contra de mi voluntad, fui creando entre nosotros un pequeño muro en la distancia. Un muro tan sutil y tan resistente como el propio miedo que lo formó. El miedo al rechazo, quizás. El miedo a estar demasiado loco para ella, demasiado loco por desear romper las limitaciones de la telaraña. Por querer romper las distancias, por querer borrar las horas que día tras día nos separaban. Demasiado loco, quizás, por querer destruir todo cuanto de ella me apartase. Ese muro, joven, es el mismo sobre el que ahora mismo nos sentamos. Ese muro, fue el nacimiento de lo que acabó por convertirse en la capital de la Soledad. Fue un accidente, jamás habría deseado tal cosa...

... pero así nació entre nosotros, Silencio."

viernes, 3 de mayo de 2013

En Soledad
(Confesión II)

"Bah, no sé quién te habrá contratado para que escribas esto ni qué interés puede tener nadie en mis palabras. Pero si esa es tu forma de ganarte la vida... en fin. Quizás suene a cuento, o parezca una batallita de esas que cuentan los abuelos a sus nietos, pero es así, tal como lo cuento, y empezó hace ya demasiado tiempo. Dime, joven, ¿alguna vez te has preguntado por qué se llama 'Reino de Soledad' si Soledad nunca tuvo rey? Bah, por supuesto que no, a los jóvenes de hoy sólo os enseñan a hacer dinero como sea y pisoteando a quien sea. La historia, el arte y las humanidades aquí no sirven de nada, ¿verdad? Pues Soledad nunca ha tenido rey, pero sí tuvo una vez un palacio real. No era gran cosa en comparación los las ostentosas mansiones palaciegas de otros reinos, pero para Soledad era suficiente. Se encontraba en la isla primigenia, el primero de todos estos pedazos de tierra en elevarse a las alturas. Como ya sabrás, todo el Reino de Soledad está formado por multitud de pequeñas islas elevadas cientos de metros sobre el suelo. No hay nada que fije a cada isla en su posición, hace ya mucho que se intentaron tender puentes entre las islas, pero éstas se mueven apenas unos centímetros cada año. Suficiente para derribar cualquier estructura que intentes construir. Por eso se dice que Soledad hace frontera con todas las demás emociones y sentimientos. Si te asomas al borde desde las murallas de Silencio, allí abajo verás el Estado de Serenidad.

Pues bien, como iba diciendo, en la primera de esas islas en despegarse del suelo había un palacio. ¡Para mí lo era, desde luego! Estaba en plena naturaleza, rodeado de bosque en todas direcciones. No era un edificio muy alto, ni muy amplio. ¡Qué demonios, ni siquiera estaba ricamente ornamentado! Pero sus terrazas -y tenía muchas, pues su forma recordaba vagamente a la de los antiguos zigurats- simulaban la misma naturaleza que tenían alrededor. Plantas trepadoras y pequeños árboles frutales por doquier casi camuflaban el edificio entre la espesura del exterior. Lo único que delataba al palacio era una inmensa torre en la parte posterior, tan fina y elevada que ni toda la vegetación de la isla podría hacerla pasar por un árbol. Al fin y al cabo, para eso había sido construida, para poder ver por encima de los árboles y contemplar las puestas de sol. Aún recuerdo cuando el suelo empezó a temblar bajo mis pies y aquel palmo de tierra se separó del resto. En aquella época no creía en los milagros, pero de haber creído en ellos, sin duda me habría parecido milagroso que aquella torre no se colapsase entre aquellos temblores. Aquello no fue como ahora, hoy en día cada isla sólo se mueve unos centímetros al año, y si algún trozo de tierra se desplaza un par de metros decimos que es una valiente o una temeraria. Aquello fue realmente rápido, y antes de que pudiera recomponerme del susto, la distancia con el suelo ya era demasiado grande como para saltarla. Sea como fuere, ni siquiera podría haber llegado al borde y saltar a tiempo No es que yo creara Soledad, ni mucho menos. Simplemente, Soledad nació a mi alrededor, y me llevó con ella. En cualquier caso, allí tenía todo cuanto necesitaba. El terreno era lo bastante amplio, había fauna y flora más que de sobra como para sobrevivir y mantener el equilibrio natural. Y respecto a ser el único habitante - al menos humano- de aquel paraje... bueno, hacía ya mucho que había renegado de la compañía de otras personas.

Al principio me sentí libre. No era mucho más libre que antes de aquel extraño suceso, pues al fin y al cabo hacía la misma vida. Lo único que había cambiado era que sabía que nadie podría venir a molestarme. De modo que a aquel pedazo de tierra, a aquella isla primigenia, la llamé Soledad. Y como nunca me han gustado las coronas, me auto proclamé príncipe en lugar de rey. Aparte de la pesca y la caza por necesidad, y de jugar con algunos animalillos cuya confianza me había ido ganando con el tiempo, pasaba mucho tiempo en lo alto de aquella torre. Aunque resultara algo trivial, me fascinaba la idea de ver la puesta del sol dos veces al día. Una cuando se ponía sobre las tierras que ahora dominaba, y otra cuando me asomaba al borde de mi isla y veía el sol esconderse definitivamente, hasta el día siguiente. No tiene importancia, lo sé, pero era algo que me hacía ilusión. Nunca me sentía excesivamente solo... estaba bien. Tampoco se puede decir que estuviera totalmente solo. Por aquel entonces ya existían los portales de telaraña. Hoy en día es raro ver a alguien que no lleve uno de esos pequeños portales portátiles en el bolsillo, pero aquellos eran mucho más grandes y más útiles. Aunque, por supuesto, no se podían transportar, y los accesos a la telaraña eran mucho más difíciles e inestables. Había quienes incluso aseguraban que se podía viajar a través de ellos, pero era demasiado peligroso. Yo tenía uno de esos accesos a la telaraña, y a veces conocía a otras personas, con las que podía tener mayor o menor afinidad. Me gustaban los accesos que llevaban a parajes oscuros, o a personas que vivían la soledad tanto como yo. Pero nunca me involucraba... estaba demasiado cómodo en mi propia soledad como para arriesgarla por nada, ni por nadie.

Hasta que un día encontré, quizás por el destino, quizás por casualidad, un acceso diferente en la telaraña. Al otro lado, se extendía ante mí otro reino donde convergían en perfecta armonía arte, belleza, oscuridad y sentimiento. Desconocía si aquel extraño y hermoso reino se encontraba entre las nubes igual que el mío. Tampoco tenía modo de averiguarlo, pues la telaraña es un lugar traicionero y mi portal no era más que un acceso cambiante e inestable. A veces yo mismo lo cambiaba de lugar, o de configuración, no me gustaba la idea de que alguien se encaprichase con mi reino y se atreviese a viajar a través de la telaraña. Era mi espacio, y no quería a nadie demasiado cerca de él. Pero aquel lugar me llamaba, emanaba una energía difícil de describir y aún más difícil de comprender, y sin embargo, yo la comprendía... o tal vez era ella la que me comprendía a mí. Al frente de aquel reino oscuro y solitario se encontraba una joven igual de oscura y solitaria. Igual que yo, era de uno u otro modo princesa; igual que yo, pertenecía de uno u otro modo a la estirpe de los vampiros. ¿Su nombre? Aún no lo sabía, yo la conocí como Princesa Usagi...

...y así fue como el silencio, la soledad, y los ya mucho metros que me separaban del suelo, dejaron de ser una bendición. Ya no los quería, ya no me interesaban. Desde aquel momento, y cada vez más cuanto más la conocía, necesitaba algo más...

Necesitaba volar."

domingo, 28 de abril de 2013

En Soledad (Prólogo)
(Confesión)

Hoy publico esto a sabiendas de que quizás solo una o dos personas lo leeréis jamás. Tal vez, incluso eso sea apuntar demasiado alto. No me importa. Hace tiempo, quizás demasiado tiempo, te dije que estaba escribiendo algo especial, algo para ti. Aquello fue una locura, pues desde un principio sabía que nunca una palabra creada por el hombre serviría para reflejar a alguien moldeada por dioses. Desconozco cuántas veces he retocado el texto, o cuántas lo he arrancado y he vuelto a empezar... no sé si eso lo convierte en mi texto más cuidado, o más bien todo lo contrario. Sólo puedo decir que aquí está, sólo el principio. Sólo el principio porque sería inmenso escribirlo todo aquí, pero por encima de todo porque me niego a creer que esto tenga un final. Aún no. Esto es para ti.

'En una ciudad tan bulliciosa y ajetreada como aquella, donde siempre había negocios que atender y objetivos que alcanzar, la diferencia entre el día y la noche consistía en poco más que la iluminación de las calles. La ciudad en sí misma era una radiografía perfecta de las paradojas y las contradicciones de la naturaleza humana, empezando por su propio nombre. Que el Reino de Soledad tenga por capital a la ciudad más grande y poblada del mismo, parecía cuestión de broma; que la ciudad en sí misma, lugar de ruido y actividad constantes, se llamase Silencio, pura estupidez. Al menos, para quienes no sepan nada sobre ella. Una voz de las altas esferas de la sociedad dijo una vez: "Esta es la ciudad por excelencia donde cada individuo tiene sus propios prejuicios y conclusiones acerca de cada uno de sus conciudadanos; sin embargo, nadie aquí conoce a nadie... parece justo, entonces, que sea la capital de Soledad." Y es que se dice que no existe sensación peor que la de estar solo, salvo, por supuesto, la de sentirse solo cuando no es así. Tampoco es de extrañar, que en una ciudad basada en los prejuicios y conclusiones individuales de sus ciudadanos, todo el mundo hable y hable sin parar, y al margen de los negocios, casi siempre para atacar u ofender a quien no esté presente en ese instante. Sin embargo, y como suele suceder en estos casos, quienes por sabiduría o poder sí tendrían algo que decir, guardan silencio.

Pero volvamos al principio. Como decía, en aquella ciudad apenas había diferencia entre el día y la noche. Las calles se iluminaban abundantemente, la temperatura bajaba quizás unos cuantos grados, pero al margen de eso todo seguía igual. La población organizaba sus vidas casi por turnos, se podría decir. Así, por ejemplo, un mismo negocio estaba regentado por una persona o familia durante el día, y otra durante la noche. La vida en la ciudad nunca frenaba, jamás reducía su intensidad. Naturalmente, este modelo social tenía indudables ventajas. En primer lugar, la actividad era tan alta y tan constante que, quienes deseasen delinquir, lo tenían realmente difícil a cualquier hora del día o de la noche. Desde los grandes bulevares a las callejuelas más estrechas, ya amaneciese o fuese noche cerrada, siempre había ojos observadores. Por otra parte, prácticamente todo el mundo en Silencio tenía un puesto de trabajo, tal era la importancia del mercado en la ciudad. Todos ganaban, y todos gastaban, y gracias a ello el dinero fluía libre y abundantemente por la ciudad... pero no para todos. En una ciudad donde nadie conoce a nadie y la máxima social es la productividad, cada individuo solo vale tanto dinero como pueda generar, ni más ni menos. Y esto, desgraciadamente, dejaba en muy mal lugar a los inválidos y a los enfermos, considerados en muchos casos una carga y un desprestigio para el resto de habitantes. No importaba quién fueses, de quién te rodeases o cómo empleases tu tiempo libre, solo importaba que fueses productivo. Y si no lo eras... Silencio ya no era tan buen lugar para vivir.

Este era el caso de alguien cuyo nombre jamás fue revelado, o al menos nadie lo recuerda. La guardia urbana de la ciudad se lo preguntaba de tanto en tanto, sin más intención que la de mofarse de él. Pero la única respuesta que recibían era un impreciso "sé muy bien quien fui, pero desconozco quien soy". Aseguraba que antaño había sido alguien muy influyente, refiriéndose a tales tiempos como algo muy lejano ya. Sin embargo, aparentaba ser un joven de no más de veintitantos años, desgastado por la dureza de la vida en la calle pero no demasiado envejecido. Si realmente era tan anciano como él decía, o si efectivamente había sido alguien importante en la ciudad donde nadie importaba, eran cuestiones que nadie sabía o quería responder. Para la sociedad, no era más que un ciego loco, un chiflado al que habría que encerrar, de no ser porque eso supondría un mayor gasto para los ávaros ciudadanos. Sin embargo, él siempre se enfadaba cuando le llamaban ciego, y decía que él no era tal cosa. No podía ver, las bromas y chiquilladas que tenía que aguantar casi a diario por parte de niños malcriados daban fe de ello. Pero, según curanderos de diversa categoría (médicos, sacerdotes, chamanes y demás charlatanes ávidos del dinero ajeno), sus ojos estaban perfectamente sanos. A veces decía que no era ciego, pero anhelaba tanto el recuerdo de una visión lejana que había perdido la capacidad de ver lo que tenía alrededor.

A pesar de su invalidez, este joven, o anciano, o lo que quiera que fuese, se desenvolvía por la ciudad como ninguno de sus conciudadanos que conservaban la vista. Ya fuese al reconocer alguna voz familiar, o por los aromas característicos del lugar, o por cualquier otra cuestión, siempre sabía exactamente dónde estaba. Era difícil verle quieto en algún momento, salvo que hubiese conseguido algún plato caliente que llevarse a la boca. Nunca dormía dos veces en el mismo lugar, ni a la misma hora, pues así podía esquivar hábilmente a la guardia urbana y a los posibles maleantes. A pesar de vivir en la calle y de la poca -ninguna- disposición de la gente a ayudar, rara vez pasaba hambre. Robaba, sí, y todo el mundo sabía que lo hacía, pero jamás habían sido capaces de demostrarlo. Era una pequeña habilidad de la que se servía más a menudo de lo que él mismo quisiera, pero siempre tenía preparada una mordaz respuesta que lo explicaba: "Para estas gentes sólo existes si tienes algo que ellos puedan querer, ya sea tu dinero, tu tiempo o cualquier otra cosa. Yo, por suerte o por desgracia, no poseo nada que ellos puedan querer, y por tanto para ellos no existo. Es como si fuera invisible. Yo no me quejo por ello, simplemente me parece justo que, si yo soy invisible, cualquier cosa que toque se vuelva invisible también... ¿no?"

Sea como fuere, el caso es que este ciego rara vez iba acompañado, tal vez porque apenas tenía a alguien a quien pudiese llamar amigo, o tal vez porque nunca estaba quieto y, aún sin el estrés de un negocio ni una familia que mantener, pocos eran capaces de mantener su ritmo de vida. Esto hacía que sólo abriese la boca para comer o para dar rienda suelta a su mordaz y afilada lengua. Si realmente había sido quien decía haber sido, tenía mucho que contar, y como ya adelanté al principio, en esta ciudad eso significaba que nunca contaba nada. Demasiadas confesiones sin tener nadie a quien confesárselas... hasta ahora. ¿Yo? Yo sólo soy un escriba, un don nadie contratado para dar fe de su palabra. Esta, es su historia...'

miércoles, 20 de marzo de 2013

Fuego e hielo
(Apocalipsis)

Un mes, un mes agotador. Un mes en el que todo lo que podía ir mal ha ido mal, pero también un mes en el que han ido mal cosas que uno ni siquiera imaginaba que pudieran ir mal. ¿Distancia? Demasiada, sin duda. Sé que he estado a ratos ausente, a ratos distante... a ratos quizás incluso molesto. Y hoy vuelvo, como suelo volver siempre en estos casos, pasando a saludar antes de llegar a mi propio hogar, a mi propio territorio. Y sólo veo caída, caída libre.

Sentimientos tan encontrados, tan iguales y a la vez tan opuestos esta vez. Mis alas sanaron, recuperaron su fuerza cuando pude volver a ver a quien me enseñó a volar. Pero recuperar las alas implica también recuperar la forma de vida de aquellos días ya lejanos. Implica asumir la responsabilidad de mantener a flote toda esa red de relaciones, individuos y vivencias que forman mi pequeña ciudad en las nubes, mi pequeño micromundo. Y resulta que a lo largo de todo este mes, y ya desde antes incluso, toda esa red, toda mi ciudad en las nubes, no ha dejado de caerse a trozos. Me siento impotente, me siento obligado a luchar por mantener a flote todo a mi alrededor... pero sé que no puedo hacerlo, que más tarde o más temprano las fuerzas han de fallar, más tarde o más temprano yo mismo he de caer. Siento el fuego correr por mis venas. Pequeño y discreto, a penas unas ascuas de rabia, una chispa de impotencia... mas no por ello menos peligrosas. Quizás incluso al contrario, invisible en el interior de mi cuerpo, desapercibido hasta que todo el daño ya está hecho. Unas llamas luchando por salir de mí, sin importarle los destrozos que puedan causar a su paso.

Mas a duras penas sé ya cuántos fuegos siento en mi interior, pues a la frustración y el dolor de ver todo mi mundo caer ante mis ojos, se suman las llamas de un sueño que cada vez se me antoja más y más lejano. Yo hablo de fuego, de llamas ardientes luchando por salir de mí... tú de hielo, de un veneno escarchado luchando por entrar en ti; yo hablo de alas, de volar, y tú de caer; yo hablo de una ciudad en las nubes... y tú de un abismo sin fin. Yo lucho, lucho por mantener a flote tal ciudad, por mantenerla cerca de la luna para que su magia y su belleza la iluminen, para que su brillo disipe las sombras que noche tras noche nos acechan. Y tú en cambio prefieres huir, refugiarte en esas mismas sombras que tanto mal hicieron ya en el pasado. Y sin embargo no te lo puedo reprochar, pues yo también lo hice cuando las circunstancias no me dieron alternativa.

Poco más puedo añadir... no porque no tenga nada que decir, sino por querer decir tantas que mis dedos se atropellan sobre el teclado, mis ideas en la mente, y mis sentimientos en el corazón. Todo mezclado, todo confuso, todo cada vez más y más rápido hasta desintegrarse entre los trazos de otra frase, de otra idea, de otro sentimiento. Supongo que tal vez por eso siento que me desaparecen las letras del teclado. Todo acelerado, como mi corazón; e igual que mi corazón, abocado al apocalipsis, a un gélido y ardiente final a menos que un 'te quiero' lo congele todo con su voz. Porque te quiero, es quizás lo único en claro que se pueda extraer de todo este caos... pero claro, eso ya lo sabías desde mucho antes de leer esto.

Tan solo puedo añadir que no estás sola, ni aún en la distancia, salvo que realmente soledad sea lo que desees. He vivido mucho tiempo entre tinieblas, donde ni la luz ni el calor del sol llegó jamás, donde ni la luz ni el calor de un corazón quisieron jamás llegar. Sé, pues, que tienes razón, que hay cristales de hielo que ni el mismo fuego puede derretir, pero... no es fuego lo que hemos de buscar. No sé si será temporal, si volverás, o si nunca llegarás a irte del todo... sólo sé que no importa dónde huyas, dónde te escondas, pues todos los sentimientos, sin excepción, todos hacen frontera con Soledad. Y tú sabes dos cosas: una, que donde haya Soledad, allí estará su príncipe. Y la otra, que donde esté ese príncipe, siempre tendrás un hogar en forma de corazón. Quizás demasiado pequeño, quizás demasiado oscuro, o quizás demasiado deteriorado por el tiempo y la desesperación. Pero un hogar.

Te quiero.

martes, 19 de febrero de 2013

Y ahora...
(Duda)

Y ahora que no estás, no estoy. Ahora que siento que te has ido, siento que te hayas ido. Ahora que puedo percibir tu ausencia, puedo decir que no estoy triste de que te hayas marchado... que estoy contento de que hayas estado aquí. Y sin estar lo estoy, y aún estándolo no estoy. Contento, triste, presente, ausente, aquí, en ninguna parte...

¿Y ahora?

lunes, 18 de febrero de 2013

Rammstein - Seemann
(Silencio)

Porque a buen entendedor pocas palabras bastan, y hoy  esta canción, sin decir nada, ya dice quizás demasiado.


domingo, 17 de febrero de 2013

De-generación en generación
(Orgullo)

Por no parecerme en nada a aquello que me acusa de ser diferente. En definitiva, por el propio hecho de ser diferente. Por educar a un hermano como si fuera un hijo, mientras quien debería educarle vive anclado en el autoritarismo doméstico de los años 60 y 70. ¿Mala influencia? Seguramente.

Por enseñar a mantener la calma en una discusión, y a no interrumpir a quien habla. Por enseñar un método de estudio donde otros fracasaron. Por enseñar a escuchar, cosa que en este mundo más de uno debería aprender. Por enseñar que el respeto se merece, no se pide ni se exige, y menos negándole al prójimo ese mismo respeto. Por enseñar que las cosas no tienen que ser como las vemos solo porque nosotros las veamos así. Por enseñar a respetar otros puntos de vista. Por enseñar a alguien a no ser como tú eres... visto así, por supuesto que soy un mal ejemplo.

Sé que no es una gran entrada, simplemente estoy frustrado por muchas y diversas razones y, en este momento, es como me siento. No tengo más que añadir... mañana será otro día.

domingo, 3 de febrero de 2013

La vida en una frase (II)
(Optimismo)

Charles Monroe Schulz, si os digo su nombre seguramente a la mayoría se le escapará quién fue este señor. Pero si os digo que fue el historietista más importante del s.XX, padre de las populares historietas de Peanuts, quizás a alguno empiece a sonarle un poco más. Tal vez no haya escogido a un personaje muy relevante o demasiado conocido, pero su obra sí que lo es. Y es que Charlie Brown, Snoopy y compañía son personajes que todos hemos visto alguna vez en los 50 años en los que Charles Schulz les daba vida día tras día.

Nacido en 1922 y fallecido en el año 2000, este dibujante consideraba que el comic no dejaba de ser un arte menor, pero él mismo demostró como nadie el poder de tales poblicaciones. Fue en realidad un innovador en su género, al introducir la vida cotidiana en un mercado dominado por la acción, lo que le ayudó a ganarse a niños y adultos. Si nadie se ha parado nunca a ver una historieta de Peanuts le recomiendo que lo haga, pues refleja sin estridencias la 'cara B' del sueño americano, y envía unos mensajes, a veces sutiles, a veces no tanto, realistas y enriquecedores.

Y mi frase de esta entrada viene motivada principalmente por la creciente sensación de que todo se vuelve por momentos demasiado serio, demasiado estricto. En una sociedad donde perfectamente podrían declarar la crítica destructiva como 'deporte olímpico' por la cantidad de aficionados e incluso profesionales que tiene; en un mundo donde el más mínimo error se mira con lupa, muy especialmente si se trata de los errores ajenos, quiero hacer un alto en el camino para decir:

Si se me diera la oportunidad de hacer un regalo a la siguiente generación, sería la capacidad de reírse cada cual de sí mismo.
Charles M. Schulz.

jueves, 31 de enero de 2013

La vida en una frase (I)
(Ambición)

Benjamin Disraeli (Londres 1804-1881) fue uno de los más destacados políticos del Reino Unido, amén de un notable escritor que, si bien su vida literaria parecía marginal respecto de la política, sí que alcanzó considerable éxito en Europa. Primer Ministro británico en dos ocasiones y Ministro de Hacienda del Reino Unido en tres, fue una de las figuras más importantes de la aristocracia del s.XIX en las islas británicas. No se consideraba un filósofo, pero sí que tenía un amplio conocimiento de la vida moderna de la época y varias de sus citas han pasado a la posteridad. Pero hoy me quedo con una en particular porque la encuentro aplicable a varios aspectos del entorno que me rodea.

En primer lugar, por ese sueño, ese reto a conseguir y que, aunque aún no sé siquiera cómo se supone que debería luchar por él, no dudo en hallar el modo y conseguirlo. No me cabe duda de que el esfuerzo valdrá siempre la pena. Y en segundo y no por ello menos importante, por mi ex-pareja y gran amiga Caro, que no está pasando por un buen momento y últimamente todo en la vida le viene muy cuesta arriba. Mucho ánimo, pequeña. Recuerda que cuando vemos algo negro, es porque absorbe la luz de todos los colores, ¡luego los colores están ahí! Sólo hay que saber buscarlos. Esta es mi frase de hoy:


'Cultiva tu mente con grandes ideas, la fe en el heroísmo es la que hace al héroe'
Benjamin Disraeli.

... y siempre hacia la luna
(Reflejo)

Siempre ella, siempre la luna. Quizás porque ella sabe dónde está la energía que mueve el mundo. Por eso la refleja cuando tal energía no puede manifestarse por sí misma. Hmm no, no me refiero al Sol. ¿En serio creéis que es del Sol de donde viene su luz? En efecto procede de una estrella, pero no de esa, sino de otra más lejana y a la vez más cercana. De ella su energía, de ella su magia, y ese misticismo que desde el inicio de los tiempos siempre se le ha otorgado a la luna.

Ella es sabia, pero también coqueta, y gusta siempre de recoger lo más hermoso de los lugares que visita. Por eso ella, la luna, viste siempre tan bella. Y muchos la observan en la noche por esa belleza, por ese encanto especial que la hace única. Pero no es ese mi caso. Yo sé de dónde proviene su luz: proviene de mi propia estrella, de mi propio cielo. De esa estrella que jamás llegué a ver, pero que cada noche me hace soñar con que eso pueda llegar algún día a cambiar. De ese cielo que a cada segundo se me antoja más cercano y a la vez más inalcanzable.

¿Yo? Yo observo a la luna porque sé que ella refleja la energía que mueve el mundo, y se cubre con la mayor belleza que en él se pueda hallar. Yo la observo porque mi estrella tiene nombre y apellidos, y aunque en vivo jamás la haya visto, sé que algún día la luna tratará de emular su grandeza. Y entonces ya no contemplaré la luna... tan solo la contemplaré a ella.

A ti.

lunes, 28 de enero de 2013

Recuerdos de un tiempo aún por llegar
(Instantánea)

Porque siempre es positivo recordar tiempos hermosos. Tal vez en un momento dado no sepamos verlo, y la nostalgia o la añoranza nos hagan sentirnos mal. De hecho, eso es exactamente lo más probable. Pero todo forma parte de esa curiosa manera que tiene el ser humano de ignorar sus propias emociones, de no saber identificar lo que siente. '¿Y quién se cree este que es para dar esa clase de lecciones?', se podría decir. No soy nadie para dar lecciones de esta ni de ninguna otra índole, simplemente planteo una reflexión: si realmente esos recuerdos hermosos, directa o indirectamente, nos hacen sentir mal, ¿cómo es que siempre tenemos dibujada esa sonrisilla estúpida en los labios cuando los recordamos? Esa sonrisa involuntaria de la que no solemos darnos cuenta hasta que nos duele la mandíbula de tanto sonreír. ¿En serio puede hacernos mal algo que, aunque ni siquiera lo percibamos, nos hace sentir tan bien?

Por eso considero que todos los recuerdos tienen dos caras. Incluso los más dulces nos pueden amargar por el hecho de ser pasado, por el hecho de que fueron, pero ya no son. Y esa es la cara amarga que casi en todo el mundo es la predominante. Pero también los recuerdos más amargos tienen el sabor de ser algo que quedó atrás, ¿no? Y sin embargo, eso rara vez se valora. De todos ellos, de los buenos y los malos, de los que marcaron nuestra vida y de los meramente anecdóticos; de todos ellos se puede sacar algo en positivo. La belleza de la memoria consiste precisamente en saber encontrar el punto de vista.

Y de eso se trata, al fin y al cabo, pues hace unos días algo cambió. Y sin ser en realidad un gran evento sí que provocó grandes cambios. He recordado. He viajado a líneas pasadas, a sentimientos dibujados en trazos con forma de letras, y a otros sentimientos escondidos entre esos trazos, invisibles, salvo para alguien que los sepa leer. He imaginado. He imaginado cómo podrían haber sido las cosas si la vida hubiese sido tan solo un poquito más dócil, si hubiera podido llevarla a mi manera, en vez de ser ella la que me llevara a mí. He soñado. He soñado que tal vez aún no fuera tarde, que tal vez existiese aún un modo de ver tales placeres más allá de la imaginación. Y no lo negaré: recordar, imaginar y soñar, todo ello ha sido bonito. Pero ya va siendo hora de vivir.

Quien me conoce sabe que no puedo vivir sin música, y que casi para cada instante, para cada recuerdo, tengo asociada alguna canción. Hoy no hay canción. Y es que hoy no se trata de recordar aquellos momentos del ayer. Hoy se trata de fabricar otros nuevos que recordar mañana.

domingo, 27 de enero de 2013

Un canto a la alegría
(Absurdo)

Sobre cómo hasta lo más absurdo que podamos encontrarnos por la red tiene el poder de afectar a nuestro estado de ánimo. Esta 'canción' no es otra cosa que la propaganda de un pudding enorme comercializado en Japón -o Corea, o algún sitio de esos. No quiero decir con esta entrada que tenga hambre, sino simplemente quería dejar constancia del buen ánimo que lo inunda todo ahora mismo. Y para romper con la tónica general de textos serios y profundos... ¡pudding!

sábado, 26 de enero de 2013

I't my life
(Declaración)

A buen entendedor pocas palabras bastan. Y a mal entendedor pocas ya le sobran, por lo tanto, no creo que el sentido de esta entrada precise de explicación o presentación alguna.


jueves, 24 de enero de 2013

14 días después
(Retorno)

Porque perdí la energía, así de simple. Porque llevaba una breve temporada en la que nada parecía salir mal, aunque eso nunca ha significado que fuesen realmente bien. De hecho, en todo este tiempo nunca han ido realmente bien, sino tan solo mejor de lo que venía siendo mi vida. Y especialmente de lo que ha venido siendo todo el año pasado. Y aquella energía, aquella racha no tan negativa, llegó a su fin.

No me siento mal, ni culpable por dejar de lado este proyecto que con mucha ilusión nació, y con mucha desilusión envejece. Desde la primera entrada dejé claro que no sabía cuánto duraría. Pero sí es cierto que, dentro de la gravedad de la situación, hace ya más de diez meses que las cosas empezaron a estabilizarse un poco, y que el riesgo de 'desaparición' es mínimo, hoy por hoy. Esperaba, tal vez, que esto durase un poco más. Y sin embargo la gente aparece y desaparece igual. Si hace años era yo quien desaparecía, a veces incluso sin avisar, ahora esas mismas personas con las que retomé contacto, o bien esas nuevas amistades que tan bien me hicieron, las veo cada vez más lejanas. Aquellas buenas vibraciones han dejado de agitar el ambiente y todo vuelve a su quietud y su amargura anterior. Me faltó sólo una pizca para sentirme pleno después de tanto tiempo. Falló sólo un detalle, minúsculo pero a la vez inmenso, y tal vez todo habría sido diferente. Pero la energía me abandonó y tú no estabas, y quizás fue tu ausencia lo que más me afectó. Volví a este mundo y lo primero que vi fue una entrada tuya reciente. Lo sé, culpa mía, me ilusioné.

En cualquier caso, y no sé si es la tercera o la cuarta entrada en la que te menciono, el caso es que ahora apareces. Y contigo, ese detalle, esa energía que me faltó en su momento. Y no es que no me alegre, que por supuesto que lo hago. Es solo que... ahora vuelve a faltarme todo lo demás. Si la vida pretende reírse de mí, lo cierto es que nunca le cogí el punto a su comedia. ¡Y vuelta a empezar! Vuelta a intentar aferrarse a esa energía y no dejarla escapar. Vuelta a tener ganas de algo, o quizás de todo. Tengo 25 años y a menudo me siento como si hubiese vivido 40. En ocasiones me descubro a mí mismo cansado del mundo que me rodea, cansado de todo e incluso de todos. En ocasiones creo que acabo pagándolo con quien no tiene culpa. "Quien no tiene culpa"... no, eso no existe, pienso otras veces. Empezando por mí mismo, por supuesto. El caso es que, por una u otra razón, sólo he podido llegar a una conclusión.

Y es que me pasé más de dos décadas evitando lazos, para que ninguna atadura me impidiese desaparecer. Y en cambio, ahora... tengo demasiadas.

lunes, 7 de enero de 2013

In Equilibrium
(Revelación)

Ese misterioso punto de encuentro entre el cuerpo y la mente, la tranquilidad de espíritu, según algunos. No, no es en eso en lo que consiste ese ansiado equilibrio. No es mi intención dar lecciones de nada a nadie, ni tan siquiera despertar una reflexión al respecto. Si escribo sobre cuanto descubrí, es precisamente porque no me corresponde hacerlo. ¿Contradictorio? Probablemente, pero no más que el propio equilibrio. Porque, ¿cuál es el concepto global que se tiene de 'eso'?

El equilibrio entre el bien y el mal, entre lo positivo y lo negativo... ¿cómo? Hoy en día, llamamos a alguien 'buena persona' simplemente por no hacer cosas malas. No es necesario que haga nada realmente bueno. Y sobre lo positivo y lo negativo, nos dejamos llevar por la codicia incluso en las cosas más intangibles y abstractas de nuestro -limitado- espectro de razonamiento. Así, cualquier cosa que no sea positiva es automáticamente negativa, ya sea en forma de 'pérdida de tiempo', 'información innecesaria', o cualquier otra de las muchas formas que tenemos de despreciar cualquier cosa, material o no, que no nos aporte ningún bien directo. Atendiendo a estas razones, no existe un término medio entre el bien y el mal. No a nivel social. No hay en esta realidad consciente un punto de equilibrio entre lo positivo y lo negativo, pues inmediatamente las personas, como sociedad, lo desplazamos todo a uno u otro lado.

Ni siquiera podemos afirmar que tengamos un criterio universal e inequívoco de lo que es bueno y lo que es malo, pues lo que es bueno para uno puede perfectamente ser malo para otro individuo. Y no hablo ya de cuestiones generales como puedan ser las que están registradas en los Derechos Humanos (que también en ellas hay diferentes ideologías, por supuesto), sino también a un nivel mucho más personal, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Entonces, ¿a qué se refiere la gente cuando habla de 'buscar el equilibrio'?

¿Equilibrio emocional, quizás? ¿No permitir que nada nos afecte positiva ni negativamente? No, tampoco eso es el equilibrio, eso recibe simplemente el nombre de apatía. Por no mencionar que la apatía absoluta, la total ausencia de influencias externas en nuestro estado anímico y psicológico, es un imposible. Siempre habrá algo, o tal vez alguien, que nos 'desequilibre' en ese sentido. Un suceso o simplemente la presencia de una persona ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Ni debemos, pues la ausencia total de emociones sí que podría considerarse como algo rotundamente negativo.

Y es que el concepto que se tiene popularmente de eso que tantos buscan, está basado en una incorrección. También llamamos equilibrio, desde el punto de vista físico, a algo que no se mueve, a pesar de que por su forma o posición creamos que debería moverse o incluso caer. Pero ni siquiera ese equilibrio existe en realidad. Toda vibración, por leve que sea, hace que cualquier objeto vibre a nivel molecular. Tal vez nosotros podamos verlo quieto y, por lo tanto, en equilibrio, pero no es así. Todo está en continuo movimiento, ese 'equilibrio' físico no existe en absoluto. Ni tampoco el emocional, espiritual, o como cada uno quiera llamarlo. Lo más cercano al equilibrio que podemos definir es exactamente esa vibración, oscilar en torno a un punto fijo utópico, imposible de alcanzar.

¿Estoy diciendo entonces que el equilibrio no existe? En cierto modo, sí. Pero solo en cierto modo. Si el secreto de ese estilo de vida tan buscado por muchos es precisamente oscilar en torno a un inalcanzable, ¿cómo se consigue? Eso ya depende de cada uno. Yo lo he alcanzado a través de la autocrítica, de analizarme a mí en todos y cada uno de los aspectos en los que haya podido encontrar defectos en la gente que me rodea. No se trata de ser perfecto. En primer lugar, porque la perfección, como mucho, equivaldría a ese punto inalcanzable, inexistente. Y en segundo lugar, porque la perfección como la entendemos, sería claramente buena, y por lo tanto muy lejana del equilibrio. Se trata simplemente de reconocer los defectos propios, y luchar y esforzarse por corregirlos. Nunca se corregirán todos; ni siquiera se descubrirán todos, por mucho que nos analicemos a nosotros mismos y por mucho que nos critiquemos. Podemos ver mil defectos en las personas que nos rodean día a día, y sentirnos bien sabiendo que nosotros no los tenemos. Y tal vez eso de pie a un sentimiento de decepción constante con la sociedad que nos envuelve, como me ocurre a mí. Y tal vez, eso signifique que ahora tenemos un problema aún mayor por solucionar. Y si lo hacemos, si conseguimos que todos esos defectos ajenos no nos afecten negativamente, corremos el riesgo de estar perdiendo el interés por esas personas que los poseen y, en última instancia, por el mundo y la vida misma. Y eso sería un defecto aún mucho más grave...

A donde quiero llegar es a que, a medida que nos vamos acercando a ese punto que muchos se atreverían a llamar 'perfección', también nos vamos acercando a la absoluta imperfección. ¿Contradictorio? Por supuesto, pero también perfectamente lógico, con permiso por el juego de palabras. No se trata de no ver los fallos ajenos, pues a menudo es en los demás donde encontramos esas cosas que no nos gustan, cosas que tal vez también nosotros hagamos o tengamos, sin siquiera darnos cuenta. Llegados a este punto, nos encontramos con que existen dos formas de acercarnos a ese 'equilibrio'.

Una, refugiarse en la más absoluta ignorancia, pues no hay peor ciego que el que no quiere ver, y no querer ver fallos propios ni ajenos es a priori una eficaz forma de sentirse bien con uno mismo y con el mundo. El problema es que algo, o alguien, nos aporte una información que no deseamos conocer. Y en tal caso, toda nuestra burbuja de ignorancia explotará.

La otra: conocer. Conocerse a uno mismo y conocer también al ser humano en su totalidad. Analizar y juzgar, por supuesto, pero empezando siempre por uno mismo. Marcarse pequeñas metas día a día, corregir esos fallos que vemos en los demás, pues casi con toda seguridad ellos también los verán en nosotros. Y si encuentras la manera de solucionar un problema de difícil solución, tal vez, ofrecer tu respuesta a alguien más que tenga el mismo problema. ¿Por qué? Por lo mismo por lo que comencé esta reflexión: porque no nos corresponde. Porque no tenemos ninguna necesidad en hacerlo, ni obligación alguna en ello.

Por todo ello dejo constancia aquí de mi reflexión: porque no me corresponde.

viernes, 4 de enero de 2013

Ni calvo ni tres pelucas
(Óptica)

Porque todo depende del color del cristal con el que miremos, o de las vueltas que queramos darle a las cosas antes de llegar a una conclusión o una decisión. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes, eso es obvio. Y sí, está muy bien eso de pensar las cosas antes de actuar, ¡pero actúa! No sirve de nada darle mil vueltas a un asunto si el resultado final es no tomar cartas en él. A veces hay que mojarse incluso sin saber si el agua está demasiado caliente. Tal vez nos abrasemos, pero es un riesgo que hay que correr. De no hacerlo, el riesgo que corremos es el de no arriesgarnos nunca en nada. Cierto es que así es muy difícil perder, pero también es imposible ganar.

Y eso hago, ni más ni menos. Tal vez esta entrada sólo responda a una necesidad de autoconvencerme de que mis esfuerzos de los últimos días tienen un propósito y acabarán dando un resultado. Tal vez concuerde realmente con esta ideología que hoy defiendo, y que había perdido hace quizás más tiempo del recomendable. Pero una cosa es innegable: tan negativo es vivir la vida al límite y no pensar nunca en consecuencias, como analizarlo todo en exceso hasta el punto de no mojarnos nunca en nada.Ya me cansé de analizar, he tenido tiempo suficiente como para saber casi exactamente dónde quiero poner los pies. Ahora toca caminar...

martes, 1 de enero de 2013

De balances, balanzas, equilibrios y desequilibrados
(Retroceso)

Primero de enero. Día de promesas que casi nunca se cumplen, día de partir de cero. Unos, con una meta clara a alcanzar; otros, sin más expectativa que la de tener un año si acaso menos malo que el anterior. Atrás quedan los balances anuales sobre lo bueno y lo malo que nos dejó un 2012 demasiado largo para muchos. Balances que, por cierto, en contadas ocasiones se hacen realmente cuando el año ya ha acabado. Como si unas horas, tal vez incluso un solo instante, no bastasen para dar al traste con todo o, por el contrario, para ofrecer un nuevo enfoque desde el que ver las cosas con una perspectiva totalmente distinta.

Y es que resulta que yo de eso entiendo un rato, pues parece que desde que entré en tromba hace ya algunos añitos (camino de los siete), mi vida se resuelve y se complica a base de momentos puntuales. Instantes que llegan fugaces, y como estrellas fugaces en el lugar equivocado y en el momento equivocado, se estrellan provocando el caos. O quizás aniquilando todo a su paso y dejando tras de sí tan sólo una extraña y desoladora calma. Y este 2012 no iba a ser menos, salvo quizás por el hecho de que ni siquiera yo esperaba estar tan acertado cuando dije que este sería un año para olvidar. De aquello hace hoy 366 días, aunque por momentos cada día me durase semanas. Y de momentos se trata. De estrellas fugaces que fugaces pasaron, pero cuyo recuerdo perdura. Etapas de una vida a las que se podría dar incluso nombre, como en aquella película de Will Smith.

Instantes... como aquella muerte, aquella madrugada del 2 al 3 de enero en la que creí morir... o lo deseé... o ambas cosas. Y el infierno despertó. ¿Qué ocurrió? Quienes lo saben, ya lo saben y no necesitan que lo repita. Y saben también que no quiero repetirlo, pues cuanto más lo repito más me parece cosa de un ayer y no de un pasado ya relativamente lejano. Y quien no lo sabe, me temo que seguirá siendo así, al menos un día más. Este instante se podría llamar, 'Precipicio'.

Momentos, como aquel lunes, aquella resaca de Semana Blanca en la que todo se acabó de verdad. Aquel final tan retrasado a la par que tan anticipado de más de 3 años pasando cada día más tiempo con ella que el anterior. Aquel punto de no retorno en nuestra relación, no solo como pareja, sino de amistad. Ya sabía aquel día, que nada iba a mejorar, que si nuestro trato había de sufrir algún cambio, también yo lo sufriría. Y así ha sido, después de todo. A este momento, podría llamarlo 'Caída libre'.

Apenas un parpadeo, como un 'hola, ¿qué tal?' a una desconocida que, quién me lo diría a mí, se acabaría convirtiendo en más una hermana pequeña que una amiga, o 'familia de rebote'. Con nuestros más y nuestros menos, por supuesto, pero hermana al fin y al cabo. Poca o ninguna importancia le di yo a aquel rostro nuevo. Tal vez porque ya no confiaba en nadie, después de todo lo vivido. O quizás sólo porque apenas habían pasado un par de semanas desde el 'momentazo' anterior y mi salud y equilibrio mental no estaban precisamente en su mejor etapa. Demasiado larga ha sido mi 'baja' por depresión... mi bajada del mundo, sería quizás más apropiado decir, que éste iba ya demasiado rápido para mi gusto, y me mareaba. Aquel parpadeo, aquel saludo, tal vez merecería llamarse 'Bolsa de aire', por cuanto ha supuesto desde entonces. Gracias, Leah Broken Dream, por estar ahí cuando estás, y por ser esa desconocida que se convirtió en mi hermanita.

Difícilmente una fracción medible de tiempo. Un abrazo, una lágrima y un 'adiós'. Un 'por el momento' que se extiende ya por más de siete meses. Quiso la casualidad que esa fracción de tiempo a duras penas medible se diese justo el día en que habríamos hecho 3 años juntos. Como una burla de la vida, una más para arrebatarme lo único que en aquellos tiempos sostenía mi cordura delicadamente atada a mi cuerpo y mi mente. Y, como en las nauseabundas corridas de todos, también mi depresión volvió al ruedo. Dispuesta a una nueva faena (y vaya faena...) A esta despedida sólo podría llamarla de una manera: 'Infierno'.

Un suspiro. Un cruce de miradas furtivas en la oscuridad de una madrugada. Un '¡me asustaste!' que da pie a una conversación. Una conversación que da pie a una cierta confianza, tal vez más porque necesitaba creer que podía confiar en alguien, que porque realmente la mereciese. Y una cierta confianza que da pie a un 'hasta mañana', y luego a otro, y luego a otro. Y a alguna que otra quedada fuera del refugio de la oscuridad. Hasta que los sentimientos se confunden y se tergiversan las palabras, y toda esa red de seguridad que iba uno tejiendo poco a poco, se va a pique. Podría recibir el nombre de 'Desengaño', o 'Falsas apariencias', o cualquier otro. Pero yo la llamaría simplemente por su nombre: Rocío.

Y desconozco qué sucedió después. Ignoro en qué punto exacto de este 2012 descubrí la verdad sobre ese ansiado equilibrio que muchos buscan, aún sin saber en qué consiste realmente aquello que buscan. Pero lo encontré, y con él me encontré a mí mismo. No me corresponde a mí desvelar lo que vi, ni lo que sentí, aunque es probable que más tarde o más temprano lo acabe haciendo en alguno de mis numerosos desvaríos. Pero algo cambió, y con ese cambio vinieron otros que hasta aquel momento nadie se atrevió a intentar. No sé si fue un instante o un proceso, pero en cualquier caso, sin duda podríamos llamarlo 'Revelación'.

Lo que vino después, es la razón por la que estoy aquí, entre otras cosas. Han sido tres meses de profundo cambio, pero en ámbitos tan dispares que no sé si debería considerarlos parte de un proceso, o más bien una auténtica lluvia de estrellas fugaces... o de fugaces momentos inconexos pero con una base común: el poder para cambiar la percepción de las cosas. Y empezó todo con lo que podría recibir por nombre algo así como 'Badajoz, parte I'. Mil agradecimientos debo a Noelia, por todo el apoyo prestado en esos días tan turbios, como a su hermana Laura por ese último empujón. Tal vez el regreso de aquel instante no fue todo lo bueno que cabría esperar; tal vez el desenlace no fuera el esperado. Mas no me arrepiento en absoluto por ello. Gracias a aquellos días y a aquellas personas pude constatar lo que ya sospechaba: que no estaba tan solo como parecía, que encontrar algo parecido a una familia era tan sencillo como romper a cabezazos los prejuicios y las conclusiones egoístas y favoritistas con las que nos habían engañado tanto en un lugar como en otro.

Luego vino el curso de alemán. Y con él, Laura Bravo, esa manzana loca con complejo de pony que, sin comerlo ni beberlo, me dio más de lo que ni ella ni yo podríamos esperar. Encontré el equilibrio en mi mente, o al menos lo único lo bastante parecido como para recibir ese nombre. Encontré la fortaleza en el apoyo de Badajoz, así como en mi hermano menor y mi hermanita Leah. Pero me faltaba lo más importante y, sin siquiera saber cómo, fue esta compañera y ahora amiga la que me lo dio: ganas. Tanto es así, que a pesar de haberla conocido en el curso de alemán, la considero como algo independiente y anterior, el 'efecto Laura'.

¿'Efecto Laura'? Ánimo, ganas, decisión... llamadlo como queráis. Pero es ella la responsable del nacimiento de nuevos objetivos; ella, la culpable del regreso de otros anteriores. Literatura, musica, blog... Es Laura, casi de rebote, el origen de todo esto, partiendo por el hecho de que esta entrada vea algún día la luz. La mano tendida que por primera vez desde que empezó todo esto (aquella madrugada entre el 2 y el 3 de enero), se ofreció a sacarme de la depresión sin siquiera saber que lo estaba haciendo. Después han llegado 'Badajoz, parte II', y por supuesto mi reencuentro con viejas amistades a las que no veía, en algún caso, desde hacía al menos 4 o 5 años. ¿Fecha? 30 de diciembre. "Como si unas horas, tal vez incluso un solo instante, no bastasen para dar al traste con todo o, por el contrario, para ofrecer un nuevo enfoque desde el que ver las cosas con una perspectiva totalmente distinta." Pero ninguna de las dos cosas habría tenido lugar sin el 'efecto Laura'.

De modo que, ¿mi balance del año? A estas alturas, es lo que se esperaba, ¿me equivoco? Mi balance es que, tal como dije hace hoy 366 días, 2012 ha sido un año para olvidar. Pero también un año para recordar. Ha supuesto un retroceso, sin duda. Retroceso a un ambiente familiar desfamiliarizado. Retroceso a una dependencia, especialmente la económica. Retroceso a un estado de soledad casi permanente. Pero también retroceso a otro ambiente familiar que sin comerlo ni beberlo perdimos por culpas ajenas, y que aún hoy por culpas ajenas no termina de fluir como debería. Pero fluirá. Retroceso también a unas amistades que desaparecieron, es cierto (y no lo reprocho, también yo lo hice), pero que ahí están. Con cientos de anécdotas y lógicamente muchos cambios, pero en esencia tan frescas como entonces. Retroceso a la ilusión de completar algo, de alcanzar unos objetivos que, no nos engañemos, habían desaparecido en mí ya antes de aquella madrugada del 2 al 3 de enero. Retroceso, por supuesto, a este mundo de los blogs, y también a ver de nuevo alguna cara conocida y querida. Retroceso, sí... pero a veces es bueno retroceder un par de pasos para ver las cosas con perspectiva, ¿no?

Y para terminar, pues creo que sólo resta agradecer a todo el mundo que ha aparecido o reaparecido en mi vida, directa o indirectamente, en este 2012. A Ceo, actual pareja de mi ex y razón por la que me los pusiera y posteriormente me dejara (no, no es ironía, de no ser por la maldita hora en que apareció, nada de todo lo demás habría ocurrido). A mi hermanísima Leah, que la quiero con locura, y a mi hermano David, que no es que haya aparecido este año, pero sí ha sido un pequeño descubrimiento. A Rocío por supuesto, pues intuyo que conocerla y desengañarme con ella tuvo mucho que ver en mi 'Revelación'. A todos los del curso de alemán: a Laura por todo lo ya mencionado, y por demostrarme que aún queda gente en la que se puede confiar; y al resto por demostrarme que, precisamente poder confiar en alguien, sigue siendo una excepción. Gente como ellos hace que cada día valore más a los que no son como ellos. A mi familia de Badajoz, especialmente a aquellos que, sin tener que demostrar nada, han enseñado mucho. A esas personillas que uno conoce 'de rebote' pero que resultan ser magníficas personas, Andrea y Cristina. A mis amigos desaparecidos y reaparecidos hace sólo unos días, por razones obvias; y también a Patty, mi camarada bloguera a la que siempre es un placer volver a leer. Me faltó Angie, a quien tengo un increíble cariño y de quien guardo un hermoso recuerdo. No pudo ser en 2012, pero sí que espero volver a tener noticias tuyas pronto.

Sólo una nota más que añadir, para todos aquellos que quizás no se han parado en realidad a analizar el pasado año con perspectiva. A todos los que se dejan llevar por la negatividad de un año quizás no tan negativo como creen: