sábado, 15 de diciembre de 2012

Los silencios del reflejo
(Interior)



O el arte de llevarnos la contraria incluso estando de acuerdo. Mover el brazo izquierdo cuando nosotros movemos el derecho, y aún así coincidir en cada gesto, en cada movimiento. Poner cara de sorpresa cuando somos nosotros los sorprendidos, aunque a nuestro reflejo jamás podamos sorprender. Siempre atento, siempre vigilante. Impasible, invariable frente a los sentimientos de la debilidad humana. Pero aún así sonríe cuando estamos alegres, sin sentir él alegría; aún así llora nuestras tristezas, que no las suyas al no poder sentirlas; aún así se sonroja con nuestras vergüenzas y, por qué no, también con nuestros enfados. ¿Será empatía? Tal vez, sea tan solo burla. Pero tal vez debamos dejar de contemplar tan solo la superficie del cristal y adentrarnos un poco más. Quizás no estaría mal dejar de apreciarnos tal y como nos vemos y aprender a vernos como nos ve él.

Incapaz de prejuzgar, pues un reflejo no conoce el pasado ni el futuro, sino tan solo lo que tiene delante. Incapaz de guardar rencor, o expectativa alguna. Carente de la dudosa 'habilidad' de menospreciar a aquel a quien refleja o, por el contrario, de sobrevalorarnos. ¿Qué puede nuestro reflejo, ausentes en él todas esas distorsiones, pensar de nosotros? Probablemente, que somos vanidosos, incapaces de salir de casa sin la rutinaria visita de rigor frente al espejo. Quizás también que somos muy afortunados al poder movernos libremente por la tercera dimensión. Pero, ¿qué más? Anoche descubrí a mi reflejo, observándome desde la ventana -la foto de arriba, no se ve porque es difícil captar un reflejo en la oscuridad-. Movía los labios, como queriendo decirme algo que evidentemente no pude escuchar, puesto que no había voz en aquellas palabras. La lógica dicta que sólo era yo, que cantaba en voz alta... pero, ¿y si no fuera así? Ignoro qué podría mi reflejo pensar de mí, desconozco qué podría querer decirme. Soy consciente de que mis divagaciones empiezan a sacar los pies del tiesto, hoy ando más bien (des)equilibrado.

Pero recuperando un poco la cordura, aunque sólo sea temporalmente, ¿tan descabellado es pensar en analizarnos a nosotros mismos como lo haría nuestro reflejo? No solo desde el punto de vista de la autocrítica, sino también para ser realmente conscientes de lo que tenemos, y de lo que necesitamos. Y tal vez así, comprender que nadie es tan dichoso ni tan desdichado como cree ser. Que cuando creemos estar mal, no estamos en realidad tan mal; y que cuando nos sentimos bien, siempre nos queda un amplio margen de mejora. Tal vez sería buena idea, aprender a escuchar los silencios de nuestro reflejo.

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