jueves, 6 de diciembre de 2012

Querido Ser Humano
(Excepción)


Querido ser humano:

Os escribo esta misiva sin más asunto que el de mostraros mi más sarcástica admiración. Porque os admiro. Me descubro ante vos, Humanidad. Me descubro, por la infinita paciencia que demostráis con vuestra propia existencia. Yo en vuestro lugar hace ya mucho que me habría perdido. Me descubro por vuestra graciosa manera de sentir y creer. Lo vuestro, Humanidad, ya no es el amor propio del homocentrismo, lo vuestro alcanzó hace ya tiempo la egolatría individual. ¿Dónde olvidasteis la capacidad de relacionaros, de pensar más allá de vuestra propia piel? Habláis de amistad, e incluso de amor. ‘Te quiero más que a mi propia vida’, decís. Mas a la hora de la verdad, no hacéis nada por nadie sin esperar a cambio vuestra ‘justa’ retribución. Hacéis algo de forma ‘generosa’ por alguien a quien llamáis amigo, pero rompéis la amistad en cuanto ese amigo tiene ocasión de devolveros el favor y no lo hace. ¿Y a eso lo llamáis amistad, querido ser humano? Eso recibe otro nombre: contrato. Lo reducís todo a la categoría de negocio. ‘Hoy por ti, mañana por mí’, es vuestro lema. Hoy por ti, pero si mañana tú no estás para mí, pasado mañana no cuentes conmigo, ¿me equivoco? El amigo es el que está ahí cuando lo necesitas, por el mero hecho de que lo necesites. Y no valen palabras, ni valen contratos, ni ‘Hoy por ti, mañana por mí’. Vale estar ahí, y nada más. Pero no, querida Humanidad, vos preferís basarlo todo en un intercambio, jamás dais nada sin esperar recibir nada a cambio. Extraña criatura, ser humano, que no hace favores, sino sólo inversiones. Compra los minutos de sus semejantes con sus propios minutos, como si a una verdadera amistad le importase entregar sus minutos por aquel al que llaman amigo. ¡Vamos, Humanidad! Te vendo doscientos de mis minutos por doscientos de los vuestros. Pero si yo os entrego doscientos y vos a mí sólo me entregáis sesenta, rompemos el contrato, por supuesto. Y rompiendo el contrato, habré perdido los doscientos minutos que os entregué mas los que gaste discutiendo con vos. ¿Y qué recibiré a cambio? Nada, absolutamente nada. ¡Además de egoísta, estúpida, Humanidad! ¿Y si eso ocurre? ¿Qué pasa cuando algo sale mal y tenéis un conflicto con otro ser humano? Simple, también es vuestro propio egoísmo el que os gobierna. Cuando algo os afecta y os hace sentir mal, algo que evidentemente tiene solución –puesto que lo único que no tiene solución en este mundo, es vuestra presencia-, ¿para qué solucionarlo? Si os sentís mal por una causa, vuestra estupidez os impide solucionarlo cuanto antes. Fin de la causa, fin del malestar. Mas no, vosotros os regodeáis en vuestro propio malestar hasta que los ánimos se templan y ya no sois capaces de hacerlo más. Y cuando ya os habéis descargado, entonces, tal vez, tratáis de solucionar algo. Jamás pensáis en que hay otro ser humano implicado, otro ‘alguien’ que también puede estar pasándolo mal por lo mismo, y que puede preferir buscar la solución cuanto antes. ¿Os importa? En absoluto, hacéis las cosas a vuestra manera sin siquiera consultar a la otra parte implicada, como si os creyeseis más valiosos que ellos y sus opiniones e impresiones ni tan siquiera mereciesen ser escuchadas. Arrastráis a seres que bien podrían no querer ser arrastrados, pero no lo tenéis en cuenta, no lo valoráis como no valoráis absolutamente nada. Nadie os importa, no sois más que puro egoísmo.

Mas no os preocupéis, Humanidad, pues por lo visto habéis encontrado el modo de preservar esas ‘amistades’. Muchos de vuestros hijos han aprendido que, para vos, la mejor forma de no decepcionarse con sus propios hermanos es no dar nada por ellos. Como dice la canción, esperar lo mejor de uno es esperar demasiado, ¿verdad? Una amplia mayoría de vosotros, extraño ser humano, ha hallado la forma de no hacer nada y aun así conservar vuestras amistades-contrato: consiste en el novedoso arte de ofrecer vuestra ayuda sólo cuando sabéis que no podéis ayudar. Espejismo de una ayuda que nunca llega, pues cuando vuestra mano sí que puede hacer algo, es cuando vuestra mano se resguarda en el bolsillo, impasible, ajena, viendo la escena desde el refugio del no hacer nada. Y así, incomprensible ser humano, podéis alardear de tener ese tipo de contratos con otros muchos seres humanos. Sesenta y ocho, noventa y uno, doscientos ochenta y cuatro, setecientos catorce… y los llamáis amigos. Además de egoísta, mentirosa, Humanidad. Curioso concepto de amistad, os regodeáis en creer que una amistad es una relación, y que como tal, precisa de dos personas. Mas no es la amistad una relación, sino un sentimiento, y como tal, individual. Tendrás, ser humano, otro ser humano por el que darías algo, otro ser humano que podrá contar contigo. Y eso ya le convierte en tu amigo, aunque su actitud hacia ti sea diferente, aunque él no te tenga en la misma consideración. Porque en eso consiste ser amigo, en dar cuando lo necesiten sólo porque lo necesitan. Mas no para vos, Humanidad, vos sois lo bastante estúpida como para romper vuestra amistad por puro egoísmo, aun cuando el propio hecho de romperla os haga sufrir. ¿Hay algo más obvio que no hacer algo por el mero hecho de que hacerlo os haría sufrir y pasarlo mal? Y sin embargo estáis dispuesta a ello con tal de no ver cómo dais más de lo que recibís. Querido ser humano, inexplicable magnate de tiempo, mercaderes de interés que sólo mostráis vuestra mercancía cuando os enseñan el pago. Y si no hay pago, tampoco hay interés. No hay sentimiento, sólo negocio. Además de egoísta, insensible, Humanidad.

Y ni tan siquiera en el amor conocéis la generosidad, distante Humanidad. El amor, esa ponzoña que sana todos los males habidos en el mundo para después mataros lentamente, ese sentimiento del que os jactáis de ser creadores… el único animal del planeta capaz de hacer tal cosa, según vos, Humanidad. Mas ni siquiera el amor queda libre de contrato para vuestros hijos e hijas. Para vos, dos enamorados no son más que dos clientes habituales. Seguís basándoos en el puro egoísmo, en el comercio de interés, tiempo y preocupación. ¿Y cariño? Sí, el cariño existe, no os lo negaré. Pero incluso el cariño sigue sujeto a las tasas del negocio, al ‘Hoy por ti, mañana por mí’, al egoísmo de querer recibir siempre, al menos, lo mismo que se da. Y como parte del negocio, la avaricia. Pues esa es la diferencia entre vuestra amistad y vuestro amor: vosotros, extraordinario ser humano, os ‘amáis’ cuando comerciáis y mercadeáis con grandes cantidades de tiempo, interés y preocupación. Para vosotros, amar es preferir a un cliente sobre los demás; no por gusto, sino solo porque paga mejor, porque sabéis que ese cliente os dará beneficios en forma de más tiempo, más interés o más preocupación. Entre vosotros, aquel que se siente querido siempre quiere sentirse amado; quien se siente amado, anhela ser adorado, tratados como reyes y reinas sin daros cuenta de que cuanto más pedís y más deseáis, más infelices os creéis. Y os da igual lo mucho o lo poco que recibáis por vuestro ‘amor’, os idolatráis tanto a vosotros mismos que siempre creéis que estáis otorgando más de lo que recibís, y por tanto siempre queréis más y más. ¡Además de egoísta, avariciosa, Humanidad! Como dice Día Sexto, ‘El noventa y nueve por cien son los que dicen ‘te quiero’, el uno por cien los que demuestran que eso es verdadero’. Pero, magnates de lo que debería ser un sentimiento, también el amor es para vosotros negocio, y como tal lo rompéis y lo despreciáis con la misma facilidad con que se rompe y se desprecia un papel, un triste contrato. Mercadeáis tanto con vuestras mercancías, que os olvidáis del valor que éstas realmente tienen, hasta que lo importante no es lo que tengáis, sino cuánto. No os importa que al romper el contrato de un amor dejéis de recibir lo que estáis recibiendo, pues en última instancia no valoráis en lo más mínimo lo que estáis recibiendo. Vuestra egoísta necesidad de recibir más convierte los sentimientos en cantidades, y si no estáis satisfechos con la vuestra, rescindís el contrato. Y nuevamente, lo hacéis aunque rescindirlo os haga sufrir; pues sufrir por otro ser humano sólo vale la pena cuando el otro ser humano sufre por vosotros, pero sufrir por no ver cómo dais más de lo que recibís… eso es lo único que tiene valor real para vos, Humanidad.

¿Y por qué englobo a todos tus hijos, Humanidad? ¿No hay uno que se salve, no existe uno diferente? Insociable ser humano, observad con atención a vuestro alrededor. ¿Cuál es el juego? Encontrar las diferencias, por supuesto. Diferentes ideologías respecto a ciertos temas, es cierto, micromundos de un micromundo donde salirse de la norma establecida es motivo de rechazo. ‘Yo no discrimino a nadie’, dicen tus hijos. Pero basta echar un vistazo a sus amistades-contrato para darse cuenta de que no contratan con cualquiera. Cada ser humanos sólo se ‘relaciona’ con sus iguales, con aquellos que comparten la misma mentalidad respecto a esos ciertos temas. Absurdo ser humano, en lugar de enriqueceros con la experiencia de quien piensa diferente, le despreciáis y le rechazáis, empobreciéndoos con vuestras propias conversaciones en las que nadie tiene nada diferente que opinar. Ovejas bobas, os rodeáis de las ovejas de vuestro mismo color para estar siempre de acuerdo en todo lo que se diga. Y así los actos de ‘hablar’ y ‘pensar’ no están relacionados para vosotros. Sois capaces de hacer lo primero prescindiendo de lo segundo, pues a aquellos que podrían haceros pensar con su propia ideología, los mantenéis lejos. ¿Y eso no es discriminación, patética Humanidad? Rechazo a lo que es diferente por el mero hecho de serlo, por el simple hecho de tener, al contrario que la mayoría de vuestros hijos, algo que aportar. Y si ese alguien os conoce ya demasiado bien, fascinante ser humano, os limitáis a desplazarlo y rechazarlo, conscientes de que ninguna otra cosa podríais hacer para quitároslo de en medio. Mas si ese alguien es aún joven e inexperto, si conserva aún esa rebeldía de cuando los jóvenes aún saben pensar por sí mismos… entonces es cuando marcáis aún más vuestro rechazo y vuestra hostilidad, y los motivos de ello. Valorar su opinión, o escucharla cuanto menos, no es ni siquiera una opción para vos. Influenciar a quien aún conserva un ápice de pensamiento independiente, lavarle el cerebro neutralizando lo que en realidad os diferencia del resto de la fauna de este inframundo que creéis que os pertenece. Ese es vuestro modus operandi. ¿El objetivo? Someterle, hacer que ‘comprenda’ que pensar de forma diferente está mal y que por eso se le rechaza, para que vuelva al redil con el resto de vosotros, estúpidas ovejas sin dueño. Además de egoísta, cruel, Humanidad.

Sometimiento, rendición incondicional. Pues eso es lo que vos misma pretendéis, criatura extraña. Organizas a tu pueblo en base a cuantas mentiras puedan contar, puesto que otorgas mayores responsabilidades a aquellos que demuestren mentir más. Ni tan siquiera os hace falta mentir bien, sino tan solo hacerlo lo más a menudo posible. Retorcido ser humano, tratas de controlar lo que tus hermanos pueden y deben creer manipulando vuestros propios medios de comunicación. Tergiversáis la verdad y la transformáis, cuando no optáis directamente por inventaros una nueva ‘realidad’ que contarle al resto de seres humanos. Utilizáis la desinformación y el engaño para ganaros la confianza de vuestros propios hermanos, y cuando ellos ponen en mayor o menor grado sus vidas en vuestras manos, las manipuláis en vuestro propio beneficio. Pero siempre sin dejar de mentir y engañar, procurando que aquellos que un día os dieron su confianza no os la retiren. ¡Además de egoísta, traidora, Humanidad! Incluso dentro de vuestros círculos de amistades-contrato, habláis más a la espalda del compañero que con él. Juzgáis y criticáis buscando que aquellos con los que habláis piensen como vosotros, buscáis cambiar su forma de ver a vuestra víctima, si acaso su forma de verle no fuese ya la misma. Mas, por supuesto, siempre cuando la presa de vuestra cacería verbal no esté presente para defenderse. Pues cuando vuestra víctima está presente, todo son buenas caras y sonrisas, caritas de ángel con historias del diablo. ¿Para qué? Para preservar vuestras amistades-contrato, para manipular también al objeto de vuestras críticas, haciéndole creer que le apreciáis y que todo va bien. Sois muñecas de trapo; sois títeres, vuestros hilos manejados por quienes creen dirigir toda la orquesta… ignorando que también sus carísimos trajes traen incorporados los hilos para que otro los controle. ¿Al final? La invisible dictadura de vuestro propio crimen, todo vuestro marchito planeta gobernado por una única reina inmortal de nombre Codicia. Esclavos del ansia de dinero y poder de unos pocos, víctima y verdugo de un sistema que vosotros mismos creasteis, indescriptible ser humano, y que vosotros mismos derribáis.

Porque ese es vuestro papel en el mundo, destruir. Empezando por destruir la propia tierra que os alimenta, y terminando por destruiros entre vosotros. Si el propio planeta es el comienzo, la primera creación según los creyentes, vos, Humanidad, sois la última. Allá donde Madre Tierra y Padre Cielo fuesen el origen, el génesis, vosotros, seres humanos, sois el fin, el apocalipsis. Ese, y no otro, es el sentido de vuestra existencia, para eso fuisteis creados. El planeta Tierra es una falla creada por los dioses, el destino, la casualidad, o lo que cada uno desee creer. Y vosotros, ser humano, no sois más que la llama que irremediablemente la ha de destruir. Grotesca diversión, la de crear algo sólo para después ver cómo arde lentamente. Seguramente los dioses, el destino y la casualidad, estuvieran todos ellos aburridos. Y vosotros no sois más que ascuas, bufones al servicio de una entidad que se aburre. Toda forma de vida tiene su agente destructor que hace que el ciclo comience de nuevo, que la vida conduzca a la muerte y ésta regenere en vida. Y vos, Humanidad, sois el agente destructor del propio planeta, el último virus, la mandíbula maldita que todo lo devora, hasta que su único bocado es vos misma. Ni tan siquiera el aire que respiráis y los alimentos que tomáis tienen valor alguno para vos. Aquello que permite que aún viváis, también lo destruís en la mayoría de los casos, con fines económicos, otra víctima más de vuestra avaricia y vuestro egoísmo. Ni tan siquiera preservar vuestro propio medio de vida es razón suficiente para frenar vuestra codicia, vuestro desprecio por cualquier cosa que no sea vosotros mismos, o que no redunde en vuestro propio beneficio. Taláis los árboles que os permiten respirar para convertirlos en muñecos que después quemáis. Hasta la misma roca destruís, para construir carreteras que os hagan el camino cinco minutos más corto. Emponzoñáis el mismo aire que necesitáis con el único objeto de desplazaros con el mínimo esfuerzo posible. Y mientras el planeta agoniza, vosotros decís hacer conciencia, ¿pero dónde está esa conciencia? Vuestras propias y ridículas teorías económicas os oprimen impidiéndoos consumir, pero vuestras industrias siguen produciendo al mismo ritmo y contaminando por igual. La reducción de vehículos que una crisis ecológica no ha conseguido en treinta años, la económica la logra año tras año. Esas son vuestras prioridades, ser humano, y así convertisteis el mundo en lo que hoy es, un reo de muerte en manos de un verdugo sádico y despiadado… en vuestras manos, Humanidad.

Así pues, por todo lo mencionado y por todo lo callado, que mucho es, os admiro. Admiro vuestro tesón y vuestra perseverancia en hacer lo que mejor sabéis: destruirlo todo. Admiro vuestra capacidad para desentenderos de todo y pensar única y exclusivamente en vosotros mismos. Admiro vuestra habilidad para estúpidamente engañaros a vosotros mismos. ‘Te quiero más que a mi vida’, ‘Yo no discrimino a nadie’, ‘Tengo doscientos quince amigos’… Da igual lo que digáis, siempre estaréis de acuerdo con vuestro entorno, y siempre os engañaréis; entre vosotros, y también a vosotros mismos. Admiro esa formidable manera de desvincular la palabra del pensamiento, me asombra que seáis capaces de hablar sin necesidad de pensar, como me asombra vuestro dominio del ‘arte’ de hablar y hablar y no decir nunca nada. Admiro vuestra coordinación para estar siempre en el lugar oportuno en el momento equivocado: cerca cuando nada podéis hacer, y lejos cuando sois, más que bienvenidos, necesarios. Fascinado me quedo con vuestra curiosa filosofía a la hora de resolver conflictos, pues en lugar de resolverlos cuando aún son pequeños y manejables, los cebáis y los alimentáis para luego intentar solucionarlos cuando ya son bestias fuera de control. Tenéis el don de delegar vuestros problemas en los demás en lugar de resolverlos vosotros mismos. Y otro don casi más asombroso aún, el de no dejar que nadie delegue sus problemas en vosotros mismos. Os admiro tanto, que confío plenamente en vuestra superior ‘inteligencia’ para ignorarlo todo y pasar de todo, y casi me sentiré decepcionado si alguien comprende el significado de la palabra sarcasmo que acompaña a tanta admiración. Y ante tanta admiración, no puedo hacer otra cosa que sentirme inferior, sentir que yo no soy capaz de ninguna de esas atrocidades. Tampoco lo intentaré, sé cuál es mi lugar. Mas no os preocupéis, Humanidad, pues como dicen algunos de tus hijos, vos sois perfecta. El malvado, el loco y el inmaduro soy yo. Malvado por dar más de lo que recibo, o incluso por dar besos donde sólo recibo bofetadas. Loco, por pensar en la otra persona, por preocuparme por alguien distinto de mí mismo. E inmaduro, por enriquecerme con quienes tienen algo que aportar, independientemente de sexo, raza, religión, cultura o edad.

Y hasta ahí la ironía. Con toda franqueza: querida, egoísta, estúpida, insensible, avariciosa, cruel, traidora y destructiva Humanidad, indigno me considero de vuestra presencia, sin lugar a dudas no soy merecedor de ella. Querido, egoísta, estúpido, insensible, avaricioso, cruel, traidor y destructivo ser humano, avergonzado me siento por habitar en este vuestro podrido y moribundo planeta. Confío sinceramente en que llevaréis a cabo vuestro cometido con la mayor brevedad posible y sin dejar rastro de este infectado sistema, así como de vosotros mismos. Con mucho aún que decir pero sin fuerzas para ello, me despido con la esperanza de que acabéis con esto antes de tener fuerzas para escribiros nuevamente.

Con la más sarcástica admiración:
No uno de los vuestros.

No hay comentarios: