lunes, 7 de enero de 2013

In Equilibrium
(Revelación)

Ese misterioso punto de encuentro entre el cuerpo y la mente, la tranquilidad de espíritu, según algunos. No, no es en eso en lo que consiste ese ansiado equilibrio. No es mi intención dar lecciones de nada a nadie, ni tan siquiera despertar una reflexión al respecto. Si escribo sobre cuanto descubrí, es precisamente porque no me corresponde hacerlo. ¿Contradictorio? Probablemente, pero no más que el propio equilibrio. Porque, ¿cuál es el concepto global que se tiene de 'eso'?

El equilibrio entre el bien y el mal, entre lo positivo y lo negativo... ¿cómo? Hoy en día, llamamos a alguien 'buena persona' simplemente por no hacer cosas malas. No es necesario que haga nada realmente bueno. Y sobre lo positivo y lo negativo, nos dejamos llevar por la codicia incluso en las cosas más intangibles y abstractas de nuestro -limitado- espectro de razonamiento. Así, cualquier cosa que no sea positiva es automáticamente negativa, ya sea en forma de 'pérdida de tiempo', 'información innecesaria', o cualquier otra de las muchas formas que tenemos de despreciar cualquier cosa, material o no, que no nos aporte ningún bien directo. Atendiendo a estas razones, no existe un término medio entre el bien y el mal. No a nivel social. No hay en esta realidad consciente un punto de equilibrio entre lo positivo y lo negativo, pues inmediatamente las personas, como sociedad, lo desplazamos todo a uno u otro lado.

Ni siquiera podemos afirmar que tengamos un criterio universal e inequívoco de lo que es bueno y lo que es malo, pues lo que es bueno para uno puede perfectamente ser malo para otro individuo. Y no hablo ya de cuestiones generales como puedan ser las que están registradas en los Derechos Humanos (que también en ellas hay diferentes ideologías, por supuesto), sino también a un nivel mucho más personal, que al fin y al cabo es de lo que se trata. Entonces, ¿a qué se refiere la gente cuando habla de 'buscar el equilibrio'?

¿Equilibrio emocional, quizás? ¿No permitir que nada nos afecte positiva ni negativamente? No, tampoco eso es el equilibrio, eso recibe simplemente el nombre de apatía. Por no mencionar que la apatía absoluta, la total ausencia de influencias externas en nuestro estado anímico y psicológico, es un imposible. Siempre habrá algo, o tal vez alguien, que nos 'desequilibre' en ese sentido. Un suceso o simplemente la presencia de una persona ante la cual no podemos permanecer indiferentes. Ni debemos, pues la ausencia total de emociones sí que podría considerarse como algo rotundamente negativo.

Y es que el concepto que se tiene popularmente de eso que tantos buscan, está basado en una incorrección. También llamamos equilibrio, desde el punto de vista físico, a algo que no se mueve, a pesar de que por su forma o posición creamos que debería moverse o incluso caer. Pero ni siquiera ese equilibrio existe en realidad. Toda vibración, por leve que sea, hace que cualquier objeto vibre a nivel molecular. Tal vez nosotros podamos verlo quieto y, por lo tanto, en equilibrio, pero no es así. Todo está en continuo movimiento, ese 'equilibrio' físico no existe en absoluto. Ni tampoco el emocional, espiritual, o como cada uno quiera llamarlo. Lo más cercano al equilibrio que podemos definir es exactamente esa vibración, oscilar en torno a un punto fijo utópico, imposible de alcanzar.

¿Estoy diciendo entonces que el equilibrio no existe? En cierto modo, sí. Pero solo en cierto modo. Si el secreto de ese estilo de vida tan buscado por muchos es precisamente oscilar en torno a un inalcanzable, ¿cómo se consigue? Eso ya depende de cada uno. Yo lo he alcanzado a través de la autocrítica, de analizarme a mí en todos y cada uno de los aspectos en los que haya podido encontrar defectos en la gente que me rodea. No se trata de ser perfecto. En primer lugar, porque la perfección, como mucho, equivaldría a ese punto inalcanzable, inexistente. Y en segundo lugar, porque la perfección como la entendemos, sería claramente buena, y por lo tanto muy lejana del equilibrio. Se trata simplemente de reconocer los defectos propios, y luchar y esforzarse por corregirlos. Nunca se corregirán todos; ni siquiera se descubrirán todos, por mucho que nos analicemos a nosotros mismos y por mucho que nos critiquemos. Podemos ver mil defectos en las personas que nos rodean día a día, y sentirnos bien sabiendo que nosotros no los tenemos. Y tal vez eso de pie a un sentimiento de decepción constante con la sociedad que nos envuelve, como me ocurre a mí. Y tal vez, eso signifique que ahora tenemos un problema aún mayor por solucionar. Y si lo hacemos, si conseguimos que todos esos defectos ajenos no nos afecten negativamente, corremos el riesgo de estar perdiendo el interés por esas personas que los poseen y, en última instancia, por el mundo y la vida misma. Y eso sería un defecto aún mucho más grave...

A donde quiero llegar es a que, a medida que nos vamos acercando a ese punto que muchos se atreverían a llamar 'perfección', también nos vamos acercando a la absoluta imperfección. ¿Contradictorio? Por supuesto, pero también perfectamente lógico, con permiso por el juego de palabras. No se trata de no ver los fallos ajenos, pues a menudo es en los demás donde encontramos esas cosas que no nos gustan, cosas que tal vez también nosotros hagamos o tengamos, sin siquiera darnos cuenta. Llegados a este punto, nos encontramos con que existen dos formas de acercarnos a ese 'equilibrio'.

Una, refugiarse en la más absoluta ignorancia, pues no hay peor ciego que el que no quiere ver, y no querer ver fallos propios ni ajenos es a priori una eficaz forma de sentirse bien con uno mismo y con el mundo. El problema es que algo, o alguien, nos aporte una información que no deseamos conocer. Y en tal caso, toda nuestra burbuja de ignorancia explotará.

La otra: conocer. Conocerse a uno mismo y conocer también al ser humano en su totalidad. Analizar y juzgar, por supuesto, pero empezando siempre por uno mismo. Marcarse pequeñas metas día a día, corregir esos fallos que vemos en los demás, pues casi con toda seguridad ellos también los verán en nosotros. Y si encuentras la manera de solucionar un problema de difícil solución, tal vez, ofrecer tu respuesta a alguien más que tenga el mismo problema. ¿Por qué? Por lo mismo por lo que comencé esta reflexión: porque no nos corresponde. Porque no tenemos ninguna necesidad en hacerlo, ni obligación alguna en ello.

Por todo ello dejo constancia aquí de mi reflexión: porque no me corresponde.

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